Hace algunos
meses, me desperté a las 4 de la madrugada, algo habitual de cada día; al
revisar el móvil, en el grupo de amigos de la infancia y ex compas de cole que
compartimos, el negro Gerardo desde el otro lado del Atlántico nos contaba que en
poco rato se iba a someter a un estudio en su cabezota, tan grande como
pensante, por algo que andaba molestando por allí. El mensaje tenía un olor a
despedida que paralizaba. A las cuatro de la mañana, en este lado del mundo, la
mayoría de los mortales normales, duerme, por eso había una sola respuesta a su
mensaje y luego la mía, dándole todo el aliento que correspondía. Me levanté,
encendí la pc, abrí un Word y lloré, lloré mucho, con temor, con bronca, con
tristeza. Además de Gerardo, por aquellos días, Pat, otra amiga del alma,
andaba luchando contra una perversa enfermedad. Por eso escribí este poema, cuyo valor literario me importa absolutamente nada. Hoy,
los dos están bien y así seguirán por mucho tiempo más. Pero la ronda de los
amigos, habrá que hacerla algún día, en ese tiempo que no se mida y en ese espacio que no
limite.
Haremos
una ronda
En
algún rincón del tiempo cuando ya no se mida
En
algún lugar del espacio que ya no limite
Tal vez
todos jóvenes, tal vez todos niños
Sin
enfermedad, ni ocaso, ni soledad,
Haremos
una ronda interminable a la que llegarán los amigos
Para no
irse nunca
Una
ronda en la que habrá tanto amor
Que el
alma sabrá de sonrisas pero no de lágrimas
Donde entenderemos
todo
lo que antes no comprendimos
Haremos
una ronda en la que nunca danzará el miedo,
el
abandono y la incertidumbre
y en la
que cada espíritu
estará
unido al otro
Sin
separación, sin tristeza
Sin
final
Aloma Sellanes
Noviembre
2017