sábado, 21 de enero de 2017

El poema de mamá

Empezaste a escribir después que yo y cuando me mostraste lo que escribías lo hiciste con el pudor de una adolescente. Ahí se invirtieron un poco los roles porque si bien yo era muy joven, ya llevaba algunos años recorriendo los ilimitados senderos de una hoja de papel, blandiendo como espada una lapicera. No escribiste muchos poemas pero todos estuvieron cargados de una profunda tristeza y melancolía. Los he guardado pero no los leo muy seguido, comprenderás por qué… perdoname la cobardía. Un sábado 21 de enero como hoy, pero del 93, festejamos tu último cumpleaños. Después quedó el sabor a vacío de pasar por ese día, tu día, sin vos. Este será uno más, pero con un toque distinto… estoy publicando uno de tus poemas, para que algunos ojos más, no creas que muchos, lean lo que un día escribiste… y añadiré una foto sacada con un celular, (sí, con un teléfono) de tus manuscritos y una de las dos juntitas, con cierta vanidad, o una de vos sola, corresponde más… También intentaré responder a tu pregunta final.

Sín título
Íride Zibechi (alrededor de 1992)

¡Cuántos se han ido!
¡Cuántos se están yendo!
Y yo he vivido
¿Cómo? ¿De qué manera?
¿Cómo he sido? ¿cómo soy?
Quise escalar montañas
Y solo subí escalones
Quise danzar y solo he bailado
Amé y no fui amada…
Quise ser mejor y he fracasado…
Pero te tengo a ti
Y a los que tú tienes
Entonces… al diablo con la montaña,
con la danza y con el amor
¡Tú sos mi amor! Mi flor
Mi todo
El árbol que he plantado y me cobija
Que me ha dado los frutos más dulces,
Más tiernos, más queridos

La puerta de entrada
Me la han abierto hace 66 años
Y estoy frente a la cancel
Ese es mi humilde y simple recorrido por la vida
Y ahí estoy de pie, esperando ¿cuánto? ¿cómo?
Cuando la traspase caminaré hacia el fondo
Lentamente
Buscando a unos viejos queridos que esperan a tres hijas
A un perro negro con ojos muy brillantes… y puede suceder
¿quién lo sabe?
Tal vez suba a la montaña, tal vez dance… tal vez…
¿tú que crees?

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¿Qué creo, mamá?... pues creo que en ese desconocido más allá, tu admirado Fred debe haber llegado con sus pies alados muchas veces hasta ti para hacerte deslizar por una pista que, como los deseos, no tiene límite…  Y creo también que habrás escalado montañas y llegado a las cimas más altas, recordando al monje que una vez las atravesó huyendo y a quien quisiste homenajear dándome un nombre que luego no me pusiste, pero que igual marcó positivamente mi vida.
… Y finalmente, para cambiar esa sentencia tan pesimista sobre el amor… me animo a asegurar  que en ese lugar distinto habrás hallado el amor con sabor a eternidad que aquí no pudiste encontrar…
Te quiero, ma.