miércoles, 6 de julio de 2016

Una vida aún más larga, Su Santidad

Sin fanatismo político o ideológico, despojada de toda devoción religiosa, celebro hoy los 81 años de un simple monje, un líder espiritual, un premio Nobel de la Paz, un referente para cientos de millones de personas en el mundo.
Tenzin Gyatso, el XIV Dalai Lama del Tíbet hoy está de cumpleaños.
En un mundo herido gravemente por una violencia que reina en lo individual y lo colectivo, en un mundo embriagado por la codicia y el poder, en un mundo deglutido de a poco por una corrupción tan devastadora como generalizada, resulta tan lógico como necesario que se busquen ejemplos que tomen una distancia bien notoria de estos males que parecen endémicos y decididos a conducirnos a un inexorable final. Por eso cuando se encuentra a alguien que puede servir de guía, como el Dalai Lama en mi caso, por un lado aparece una sensación de alivio, se recupera la confianza y se experimenta cierto regocijo al pensar que otra realidad es posible. Pero por otro lado, al estar en una situación límite, es impostergable  realizar una auto interpelación estricta, sobre si el ejemplo elegido es un humano fuera de serie o un espejismo creado por la constatación desesperada de que está casi todo perdido.
A lo largo de estos años me he cuestionado varias veces y no he encontrado razones que me lleven a dejar de respetarlo y admirarlo. Es más, tengo la certeza que si siguiéramos su prédica y sus acciones coherentes con su prédica, podríamos empezar a modificar estos días grises, caóticos y desesperanzados que vive la humanidad.
Su Santidad el Dalai Lama, usted ya ha tenido una vida larga, por eso el pedido es que viva una vida más larga aún y se quede por acá un buen tiempo más, la tarea de mejorar nuestros comportamientos es dura y sumamente difícil, pero tal vez usted pueda conseguir algo en su intento tenaz por lograr que nos tomemos con seriedad ese desafío.

¡Feliz cumple! como decimos por acá.-

Aloma Sellanes
6 de julio de 2016

p.d.: Ilustro esta reflexión con una foto de un momento inolvidable, tal vez sería más humilde de mi  parte, no hacerlo y buscar otra... todavía no aprendí bien que el ego molesta demasiado y aferrarse a él es una mayúscula estupidez. Pero gracias al simple monje tibetano, ahora lo tengo claro, sólo me falta -y no es poco- actuar en consonancia.

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