Sin
fanatismo político o ideológico, despojada de toda devoción religiosa, celebro hoy
los 81 años de un simple monje, un líder espiritual, un premio Nobel de la Paz,
un referente para cientos de millones de personas en el mundo.
Tenzin
Gyatso, el XIV Dalai Lama del Tíbet hoy está de cumpleaños.
En un
mundo herido gravemente por una violencia que reina en lo individual y lo colectivo,
en un mundo embriagado por la codicia y el poder, en un mundo deglutido de a
poco por una corrupción tan devastadora como generalizada, resulta tan lógico
como necesario que se busquen ejemplos que tomen una distancia bien notoria de
estos males que parecen endémicos y decididos a conducirnos a un inexorable
final. Por eso cuando se encuentra a alguien que puede servir de guía, como el
Dalai Lama en mi caso, por un lado aparece una sensación de alivio, se recupera
la confianza y se experimenta cierto regocijo al pensar que otra realidad es
posible. Pero por otro lado, al estar en una situación límite, es impostergable
realizar una auto interpelación estricta,
sobre si el ejemplo elegido es un humano fuera de serie o un espejismo creado
por la constatación desesperada de que está casi todo perdido.
A lo
largo de estos años me he cuestionado varias veces y no he encontrado razones
que me lleven a dejar de respetarlo y admirarlo. Es más, tengo la certeza que
si siguiéramos su prédica y sus acciones coherentes con su prédica, podríamos
empezar a modificar estos días grises, caóticos y desesperanzados que vive la
humanidad.
Su
Santidad el Dalai Lama, usted ya ha tenido una vida larga, por eso el pedido es
que viva una vida más larga aún y se quede por acá un buen tiempo más, la tarea
de mejorar nuestros comportamientos es dura y sumamente difícil, pero tal vez
usted pueda conseguir algo en su intento tenaz por lograr que nos tomemos con seriedad ese desafío.
¡Feliz cumple! como decimos por acá.-
Aloma
Sellanes
6 de
julio de 2016
p.d.: Ilustro
esta reflexión con una foto de un momento inolvidable, tal vez sería más
humilde de mi parte, no hacerlo y buscar
otra... todavía no aprendí bien que el ego molesta demasiado y aferrarse a él es
una mayúscula estupidez. Pero gracias al simple monje tibetano, ahora lo tengo claro, sólo me falta -y no es poco- actuar en consonancia.
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