En un verano de hace ya muchos años, me sedujo la idea de hacer una presentación de música y poemas en un espacio cultural de La Floresta. El año anterior, había presentado allí La Historia Final, con muy buena asistencia y me pareció lindo repetirlo, aunque sin libro alguno para presentar. Como mis aliados para la parte musical, estuvieron los hermanos Nicolás y Emiliano Tchagayán quienes se las ingeniaron para dar un excelente concierto, a pesar de que el piano había decidido acogerse a los beneficios de la jubilación. Con la ayuda de un afinador y la capacidad de los chicos, el virtuosismo estuvo finalmente asegurado. A mí me correspondió elegir unos cuantos poemas para ir diciendo, creo que, de modo intercalado, entre los temas ejecutados por los pianistas, perdóneseme el olvido de algunos detalles.
Uno de los poemas elegidos era Ya No, de la poetisa uruguaya, Idea Vilariño. Como muchos conocen, la célebre compatriota, mantuvo durante años una apasionada relación con el no menos célebre escritor Juan Carlos Onetti. Esa relación plena de encuentros y desencuentros, guiada por una pasión inmanejable que uno supone que estuvo lejos de brindarles una felicidad genuina, tiene en el poema mencionado uno de los epílogos más bellos y tristes que un amor pueda tener. Las desventuras de un amor, máxime si ocurren entre dos seres de trato sublime con las palabras, pueden subyugar la imaginación de cualquier simple mortal y alimentar los deseos de realizar un relato en el que el vuelo y la levedad se eleven hasta límites insondables. Dentro de ese contexto, había preparado yo la introducción a Ya No. Sería, probablemente, el momento que más podría llegar a conmover a la audiencia, al ponerse la poesía a tono con la intensidad emotiva de la música (algo que nunca se logrará, pero me permito la licencia)
Sin embargo, en los momentos previos a comenzar con la presentación, se acercó a mí una cálida señora que vivía en el balneario, con el fin no solo de saludarme, sino de presentarme a otra que, muy sonriente, me saludó con muchísima simpatía: “Ella es Dolly… la viuda de Onetti”. El impacto fue muy grande. Por un lado, me pareció maravilloso contar entre los asistentes a alguien tan íntimamente ligado a uno de los escritores uruguayos más importantes y reconocidos; tenerla a ella, era, de algún modo, tener a Onetti. Pero, por otro lado, todo lo que tenía pensado decir sobre Idea y su amor por él, sobre la pasión, sobre el amor y el desamor, sobre Ya No, se hizo trizas en ese mismo instante. ¿Era acaso admisible que yo, sin arte ni parte, hiciera a las palabras volar para hablar de un amor que, seguramente esta agradable señora habría padecido? La más elemental empatía, me decía que no. Ninguna de mis palabras le hubiesen sonado a novedad, por supuesto, pero bajo concepto alguno podía generar en mi recién conocida Dolly, el mínimo disgusto o la mínima incomodidad. Las opciones que me quedaban era decir el poema eludiendo cualquier comentario inconveniente o no decirlo, aunque el programa estaba armado para incluirlo. En este momento y 16 años después de aquella jornada, no tengo del todo claro cuál de las opciones tomé. Sobre el escritorio está la cámara con la que se filmó buena parte del evento y numerosos casetes, uno de los cuales contiene lo que se vivió aquella noche. Pero la filmadora no funciona. No hay forma de que encienda y la necesito para reproducir la filmación. Las precisiones de lo vivido quedan en pausa.Toda esta breve historia, vino a mi memoria cuando me enteré que el pasado 21 de marzo y días después de haber cumplido 100 años, Dorothea Muhr, Dolly, falleció en Buenos Aires, teniendo como la faceta más conocida de su vida la de haber sido la esposa de Onetti durante cuarenta años y haber estado junto a él hasta su muerte en 1994. Fue una destacada violinista, pero ese aspecto se conoce poco. No tuve con ella otro contacto que el de aquel día de verano y ahora que ya no hay ninguna posibilidad y como me ha pasado con otros seres que se han ido, siento esa impotencia de no haberla buscado en alguno de mis viajes a la capital argentina y haber intentado un diálogo, que intuyo hubiese sido muy rico, con ella.
Lecturas posteriores
me han develado que Dolly (apodo que no le gustaba) conocía perfectamente lo que sucedía con Idea, y no
solo con ella, si no también con otras mujeres que estuvieron alrededor de su talentoso
marido. Por las pocas declaraciones que hizo sobre sí misma, aceptó casi sin
reclamos el singular derrotero de su existencia. En la eternidad del
reencuentro o de la nada, ya está junto al amor de su vida.
Aloma Sellanes
6 de abril de 2025
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