jueves, 24 de abril de 2025

TAN SOLITA...


 

TAN SOLITA...

La primera imagen de esta mañana, dentro de esta semana en la que todo lleva a Francisco, ha sido la de una monja que, entre varias decenas de cardenales y otros funcionarios de la Iglesia, se introdujo en la capilla donde ha sido el primer velatorio del Papa, para tener un primer acercamiento con su amigo fallecido. Juntos se atrevieron a bastante, sortearon límites y en uso de su libertad eligieron ayudar, sin dejar lugar a la indiferencia. Pero no voy a ahondar en un tema sin duda de enorme trascendencia, simplemente trataré de escribir lo que sentí al ver a esa mujer pequeña en sus hábitos de monja, visiblemente jaqueada por el dolor de la pérdida, absolutamente sola… yo la sentí sola, y no pude contener el llanto, un llanto que me ha aflorado muchas veces en estos días, desde que me enteré, en este lado, tan al fin del mundo, que Jorge Bergoglio había muerto.

Pero vuelvo a ella, a esa mujer sola entre muchos, muchos hombres a quienes nadie les cuestiona el derecho a ser los únicos autorizados a estar al lado del cuerpo del Papa. Muchos, muchos hombres y ella, que casi tuvo que escabullirse dentro de un lugar en el que no debía estar, que no le correspondía y en el que, aunque no alcance, le permitieron permanecer. Tal vez cayendo en un error absoluto, se me ocurrió pensar que Francisco, de haber podido, hubiese ido directamente a abrazarla a ella en una demostración de su amistad y de su valía, y no a los muchos, muchos hombres que estaban allí en uso de uno de sus tantos privilegios. De modo más osado, pensé también que si está en otro plano que le permite saber lo que pasa en este, le debe haber pesado enormemente la carga de que las puertas que abrió para las mujeres dentro de una institución dirigida por hombres de un modo apabullante, en sus propias palabras: machista, son, a todas luces, insuficientes.

Ante esa imagen que mucho me conmovió y me perturbó esta mañana, yo, que ni hablo ni escribo utilizando un lenguaje inclusivo, sentí que cuando se habla de la máxima institución católica, y dejando de lado la etimología de la palabra y otras cuestiones lingüísticas, deberíamos decir el Iglesio y no la Iglesia, porque la preeminencia masculina es abrumadora e inapelable.

Más de una vez he escuchado con cierto estupor, y no siempre referido a la religión católica, una afirmación como para eximir de más comentarios y justificar lo improcedente:  Siempre ha sido así, forma parte de la tradición y la cultura. Craso error, inadmisible. Lo que está mal, lo que es injusto, se intenta cambiar aunque lleve siglos instaurado en el comportamiento y aun en las creencias de las mayorías, o, en realidad, en los privilegios de los que mandan.

Me pregunto si no será tiempo de que las mujeres católicas, tanto laicas como religiosas, con respeto, sin estridencias, pero con profunda firmeza y convicción empiecen a reclamar un protagonismo que les ha sido vedado históricamente. ¿Acaso no sería esa, la mayor contribución que le podrían hacer a la religión que profesan?

Al decir del que fue su principal líder durante doce años y hasta hace pocos días, “las mujeres resuelven y resuelven bien… tienen otra metodología, tienen otro sentido del tiempo, de la espera, de la paciencia, diverso al hombre, esto no hace disminuir al hombre, son distintos y tienen que complementarse”.  

Complementarse.

Complementarse.

Del accionar conjunto de mujeres y hombres de buena voluntad, creyentes o no, dependerá en gran medida la suerte futura de los seres humanos sobre la Tierra. Ya deberíamos tener bien claro que los privilegios, las exclusiones y las puertas cerradas solo nos conducen al peor destino. –

Aloma Sellanes

Abril 23/24, 2025

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