TAN SOLITA...
La primera
imagen de esta mañana, dentro de esta semana en la que todo lleva a Francisco,
ha sido la de una monja que, entre varias decenas de cardenales y otros
funcionarios de la Iglesia, se introdujo en la capilla donde ha sido el primer
velatorio del Papa, para tener un primer acercamiento con su amigo fallecido.
Juntos se atrevieron a bastante, sortearon límites y en uso de su libertad eligieron
ayudar, sin dejar lugar a la indiferencia. Pero no voy a ahondar en un tema sin
duda de enorme trascendencia, simplemente trataré de escribir lo que sentí al
ver a esa mujer pequeña en sus hábitos de monja, visiblemente jaqueada por el
dolor de la pérdida, absolutamente sola… yo la sentí sola, y no pude contener
el llanto, un llanto que me ha aflorado muchas veces en estos días, desde que
me enteré, en este lado, tan al fin del mundo, que Jorge Bergoglio había
muerto.
Pero vuelvo
a ella, a esa mujer sola entre muchos, muchos hombres a quienes nadie les
cuestiona el derecho a ser los únicos autorizados a estar al lado del cuerpo
del Papa. Muchos, muchos hombres y ella, que casi tuvo que escabullirse dentro
de un lugar en el que no debía estar, que no le correspondía y en el que,
aunque no alcance, le permitieron permanecer. Tal vez cayendo en un error
absoluto, se me ocurrió pensar que Francisco, de haber podido, hubiese ido
directamente a abrazarla a ella en una demostración de su amistad y de su
valía, y no a los muchos, muchos hombres que estaban allí en uso de uno de sus
tantos privilegios. De modo más osado, pensé también que si está en otro plano
que le permite saber lo que pasa en este, le debe haber pesado enormemente la
carga de que las puertas que abrió para las mujeres dentro de una institución
dirigida por hombres de un modo apabullante, en sus propias palabras: machista,
son, a todas luces, insuficientes.
Ante esa
imagen que mucho me conmovió y me perturbó esta mañana, yo, que ni hablo ni
escribo utilizando un lenguaje inclusivo, sentí que cuando se habla de la
máxima institución católica, y dejando de lado la etimología de la palabra y
otras cuestiones lingüísticas, deberíamos decir el Iglesio y no la Iglesia,
porque la preeminencia masculina es abrumadora e inapelable.
Más de una
vez he escuchado con cierto estupor, y no siempre referido a la religión católica,
una afirmación como para eximir de más comentarios y justificar lo improcedente:
Siempre ha sido así, forma parte de la
tradición y la cultura. Craso error, inadmisible. Lo que está mal, lo que es
injusto, se intenta cambiar aunque lleve siglos instaurado en el comportamiento
y aun en las creencias de las mayorías, o, en realidad, en los privilegios de
los que mandan.
Me pregunto
si no será tiempo de que las mujeres católicas, tanto laicas como religiosas, con
respeto, sin estridencias, pero con profunda firmeza y convicción empiecen a
reclamar un protagonismo que les ha sido vedado históricamente. ¿Acaso no sería
esa, la mayor contribución que le podrían hacer a la religión que profesan?
Al decir
del que fue su principal líder durante doce años y hasta hace pocos días, “las
mujeres resuelven y resuelven bien… tienen otra metodología, tienen otro
sentido del tiempo, de la espera, de la paciencia, diverso al hombre, esto no
hace disminuir al hombre, son distintos y tienen que complementarse”.
Complementarse.
Complementarse.
Del accionar
conjunto de mujeres y hombres de buena voluntad, creyentes o no, dependerá en
gran medida la suerte futura de los seres humanos sobre la Tierra. Ya deberíamos
tener bien claro que los privilegios, las exclusiones y las puertas cerradas
solo nos conducen al peor destino. –
Aloma
Sellanes
Abril 23/24,
2025
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