Hay un minuto…
Hay un minuto, tal vez no de sesenta segundos… un minuto en
el que alguien a quien conocemos, a quien frecuentamos, con quien conversamos, con
quien debatimos, pasa del muy respetable lugar de los amigos,
al lugar único que
ocupan los amigos del alma. Es ese momento en el que determinadas luces que
siempre van guiando nuestro camino, se vuelven más intensas y se amplían para abarcar otros pasos que, a
veces serán huella y a veces nos seguirán, pero en la mayoría de ellas,
simplemente, irán a la par. Con esos amigos hay convergencias ineludibles y
divergencias superables. Hay risas que llegan al llanto y llantos… llantos que
al compartirse vuelven más leve el caudal de lágrimas. Cuando se mira hacia
atrás, cuando muchas páginas del calendario se han vuelto ya, sublimes hojas de
otoño, es un ejercicio de melancolía, pero también de gratitud hacia la vida,
buscar ese instante en el que la amistad, a través de un gesto, de una palabra
o de una acción, hizo que nuestra alma se aventurara más allá de la serena quietud
de su morada para elevarse con otra, en un vuelo sin alas, para sentirse más confiada, más segura, más plena y más feliz.
Aloma
6/8/22
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