La noticia
del alejamiento temporal, aunque bien podría ser definitivo, de Julio Bocca de
la dirección del Ballet del Sodre ha causado un gran impacto en el país, poco habitual
tratándose de un hecho que tiene que ver con una actividad cultural y aún más inaudito
cuando se trata del arte de la danza, considerado de interés exclusivo de las
élites, por muchos.
En un
país en el que el fútbol y especialmente los futbolistas se han convertido en
el principal disparador de debates y discusiones, que un bailarín de ballet
esté por un momento en la mira, no deja de ser sorprendente.
Hasta
se ha llegado a iniciar una campaña de firmas para pedirle a la ministra de
Educación que haga todos los esfuerzos para que Bocca no se vaya.
No cabe
duda que la dimensión que el director argentino le ha dado al ballet nacional
hubiese sido casi imposible de lograr sin su gestión. El posicionamiento
internacional de la compañía y la respuesta del público a las presentaciones
son la expresión más contundente del éxito logrado.
¿Cómo
entonces no hacer el mínimo esfuerzo de sumar una firma para intentar que un
verdadero genio continúe iluminándonos con su arte?
Aquí la
duda.
Antes de
colocar la inicial que sirve para que se desplieguen todos mis datos y con un
solo click, convertirme en parte de la campaña, me asaltaron algunos
comentarios que podrían resumirse en una frase: “Julio Bocca trata muy mal.”
¿Es
así? Y si realmente lo es ¿por qué? La compañera ideal de un talento
inigualable siempre debería ser una humanidad sin ambages, y hacer gala de una
exigencia implacable no convertirse en sinónimo de destrato y crueldad, siendo
esto válido para todo ámbito y toda circunstancia. Y bajo concepto alguno
debería aceptarse que un humano, aunque brillante, humille a otro humano, so
pretexto de que lo está ayudando a sacar lo mejor de sí mismo. Y eso vale para
el que trabaja aquí, en este rinconcito poco conocido del mundo, como el que lo
hace en donde las luces iluminan con singular esplendor. No deberíamos perder
más tiempo en erradicar de la faz de la tierra, la cultura de la competencia
feroz.
Para
transferir los conocimientos a los demás, la mayor exigencia, sí, pero unida a
la compasión y a la empatía. El destrato nunca debería ser una opción válida ni
el talento brindar impunidad a excesos dictatoriales.
La
página sigue abierta. Quiero excelencia. No quiero, mortificación.-
Aloma
Sellanes
9/4/16
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