sábado, 9 de abril de 2016

LA DUDA


La noticia del alejamiento temporal, aunque bien podría ser definitivo, de Julio Bocca de la dirección del Ballet del Sodre ha causado un gran impacto en el país, poco habitual tratándose de un hecho que tiene que ver con una actividad cultural y aún más inaudito cuando se trata del arte de la danza, considerado de interés exclusivo de las élites, por muchos.
En un país en el que el fútbol y especialmente los futbolistas se han convertido en el principal disparador de debates y discusiones, que un bailarín de ballet esté por un momento en la mira, no deja de ser sorprendente.
Hasta se ha llegado a iniciar una campaña de firmas para pedirle a la ministra de Educación que haga todos los esfuerzos para que Bocca no se vaya.
No cabe duda que la dimensión que el director argentino le ha dado al ballet nacional hubiese sido casi imposible de lograr sin su gestión. El posicionamiento internacional de la compañía y la respuesta del público a las presentaciones son la expresión más contundente del éxito logrado.
¿Cómo entonces no hacer el mínimo esfuerzo de sumar una firma para intentar que un verdadero genio continúe iluminándonos con su arte?
Aquí la duda.
Antes de colocar la inicial que sirve para que se desplieguen todos mis datos y con un solo click, convertirme en parte de la campaña, me asaltaron algunos comentarios que podrían resumirse en una frase: “Julio Bocca trata muy mal.”
¿Es así? Y si realmente lo es ¿por qué? La compañera ideal de un talento inigualable siempre debería ser una humanidad sin ambages, y hacer gala de una exigencia implacable no convertirse en sinónimo de destrato y crueldad, siendo esto válido para todo ámbito y toda circunstancia. Y bajo concepto alguno debería aceptarse que un humano, aunque brillante, humille a otro humano, so pretexto de que lo está ayudando a sacar lo mejor de sí mismo. Y eso vale para el que trabaja aquí, en este rinconcito poco conocido del mundo, como el que lo hace en donde las luces iluminan con singular esplendor. No deberíamos perder más tiempo en erradicar de la faz de la tierra, la cultura de la competencia feroz.
Para transferir los conocimientos a los demás, la mayor exigencia, sí, pero unida a la compasión y a la empatía. El destrato nunca debería ser una opción válida ni el talento brindar impunidad a excesos dictatoriales.
La página sigue abierta. Quiero excelencia. No quiero, mortificación.-
Aloma Sellanes
9/4/16



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