Existen.
Andan alrededor y generalmente uno no repara en que lo sean. La idea que
absorbemos desde chicos es la de esos ángeles etéreos, invisibles, intocables,
que están cerca de nosotros por si alguna torpeza propia o amenaza externa
pudiera ponernos en peligro. Pero lo cierto es que, sin menoscabo de la
existencia de estos ángeles con patentes
celestiales, hay otros que están cerca, y son bien tangibles. Lejos de la
perfección y de cualquier atisbo místico, interactúan con nosotros con sus
humanas características, plenas de virtudes pero no exentas de defectos. Si
siempre nos es grata su presencia, hay momentos en los que su compañía se
vuelve imprescindible. Son los momentos en los que hechos que no hubiésemos
querido que nos sucedieran, vienen a jaquear nuestras vidas, dejándolas tan
indefensas como un junco tierno y débil en medio de una tempestad. Es en ese
preciso instante en que estos ángeles humanos se ponen al lado nuestro, y con
palabras, con silencios, con abrazos, o simplemente con su presencia, nos hacen
sentir que no estamos solos, que ellos están dispuestos a echarnos todas las
sogas para rescatarnos, incluso hasta relegando sus propios problemas, sus
propias preocupaciones, sus propias tristezas.
Y más
allá de las veleidades que rigen nuestra humana condición, su ayuda, su apoyo y
su protección los harán dueños de un lugar en nuestro corazón para siempre.
Si
todos pudiéramos convertirnos en ángeles humanos, limitaríamos de un modo significativo
el sufrimiento, haríamos al dolor más vulnerable y pondríamos a la felicidad
más a salvo de tantas amenazas y tantos desencuentros. En lo personal, voy a
ver si puedo, a lo largo de mi vida he tenido grandes maestros y ahora mismo
cuento con algunos insustituibles. Tiempo de imitarlos o por lo menos, de poner
todo de mí en ese intento.
Aloma
Sellanes
23 de
diciembre de 2015
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