Estos
días la naturaleza se está expresando de forma airada en distintas partes del
planeta. Un fuerte terremoto en Ecuador con doloroso número de víctimas
mortales, otro en Japón, tan castigado últimamente; un tornado en Uruguay donde
los vientos redujeron casi a escombros buena parte de una ciudad del interior
del país, el que también está sufriendo, al igual que Argentina, inundaciones
de enorme magnitud.
Muchos
ven en estas manifestaciones naturales, castigos que el ser humano merece por
sus actos inadecuados y muchas veces violentos, contra el ambiente en el que
vivimos. Otros, indican que catástrofes naturales han habido a lo largo de toda
la historia.
Lo
cierto es que, más allá de nuestra incidencia puntual en estos últimos
acontecimientos trágicos, nuestro comportamiento en el planeta dista mucho de
ser el admisible. A nivel individual, no siempre tenemos conciencia de que
pequeños actos pueden ser atentatorios contra el hábitat que todos compartimos.
A nivel colectivo, muchas veces nos permitimos conductas al amparo de la masa
que son, lisa y llanamente, agresivas. Pero sin dudas, es a nivel de las
grandes corporaciones, en su carrera
desaforada de acumulación de ganancias, de las grandes multinacionales
despojadas de toda ética, que encontramos a los mayores responsables de los
daños que, en muchos casos irreversibles, se le están causando al planeta. Desprecio
y condena hacia los gobiernos que por acción u omisión, se vuelven actores o
cómplices de estos atentados.
Por el
bienestar de todos, y sobre todo por la existencia misma de las generaciones
futuras, tendríamos que valernos de la decencia, la indignación y el coraje
necesarios como desactivar a esos monstruos voraces movidos a impulsos de una
maquiavélica codicia. Cada uno de nosotros debería preguntarse si, incluso sin
advertirlo, algunos de nuestros comportamientos no alimentan a esos gigantes
cuyos pasos aplastan la dignidad humana y la posibilidad de un porvenir viable
para los seres humanos que vendrán después que nosotros, a quienes no debemos
ver como seres lejanos, son nuestros hijos, los hijos de nuestros hijos, y así
sucesivamente.
Se ha
llegado a un punto donde el verbo más alabado es POSEER. Se lo ha colocado en
un altar profano, ha pasado a ser un verbo de culto; por poder conjugarlo en
primera persona, no importa traspasar la
barrera de lo ilegal, se anda a los abrazos con la corrupción, y se atenta
contra un planeta maravilloso y el resto de sus habitantes, inocentes criaturas
que jamás serían capaces de abusar de él. Nos creímos el cuento de animales
superiores que nosotros mismos inventamos, cuando en realidad hay acciones de
muchos de nuestra especie que nos colocan en el último escalón, oscuro, muy
oscuro.
El
margen de tiempo cada vez es más chico y cada vez más impostergable que se
refuerce la acción de una conciencia colectiva tan ética como bondadosa. Cada
uno de nosotros es una célula que puede tener incidencia en el comportamiento
de todo el organismo. Pensemos que las acciones dignas que hoy realicemos serán
las que harán viable la llegada de nuevos humanos a este mundo después que nos hayamos ido.
Alejémonos de quienes ocupan ese último escalón y busquemos el ejemplo de aquellos
que han honrado a la especie con palabras y procederes que bien pueden servirnos
de guía.
Es
cierto que los monstruos son muy difíciles de derrotar. Pero cada uno de ellos está
formado por infinidad de pequeñas células. Si cada una se rebela tal vez
podamos lograr el gran estremecimiento que coloque a la humanidad en un eje de
bondad donde lo único que importe poseer, sean los altos valores intangibles
pero enaltecedores, capaces de poner como prioridad el respeto por el planeta,
por los demás y por nosotros mismos.-
Aloma
Sellanes
19/4/2016
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